Opinión: LA CONVIVENCIA HUMANA: UN IMPOSIBLE?. José Gregorio Hernández Galindo Destacado
Agresivo, según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, significa: "Dicho de una persona o de un animal: que tiende a la violencia"; "Propenso a faltar al respeto, a ofender o a provocar a los demás"; "Que implica provocación o ataque".
Algo que hoy debemos revisar los seres humanos, como criaturas racionales y sociales que se supone somos, es la actual y al parecer incontenible agresividad y la incomprensible predisposición a la violencia. Al respecto, nos debemos preguntar: ¿en realidad “convivimos”, o vivimos a regañadientes y de mala gana en el seno de una comunidad y al lado de nuestros semejantes? ¿O debemos resignarnos a vivir como fieras, enfrentados irremisiblemente, física y verbalmente? ¿Qué genera el vigente estado de irascibilidad, crispación, predominio de la generalizada conciencia de estar siempre "contra" alguien, en vez de estar "con" los demás? ¿No hemos logrado nada en la búsqueda de fundamentos de convivencia, convenidos por los asociados, como el Derecho? ¿En pleno siglo XXI, sigue prevaleciendo la fuerza bruta sobre la razón? ¿Sigue imperando "la ley del revólver", tanto entre los ciudadanos como entre los países, sobre el diálogo y la concertación? ¿Por qué todo lo queremos arreglar "a puños", "a tiros", o a punta de insultos? ¿Por qué provocar a los demás? ¿Por qué ofender al otro, so pretexto de la propia libertad? ¿Por qué no responder a las ofensas y agresiones verbales o escritas con instrumentos jurídicos, en vez de acudir a la violencia o al crimen? ¿Por qué maltratar, golpear y matar, como en los tiempos más atrasados de la pre historia? ¿Por qué las grandes potencias se muestran incapaces de resolver los conflictos por la vía diplomática y prefieren los "drones", los bombardeos, los bloqueos, las sanciones económicas (que castigan a los pueblos y no a los gobernantes)? ¿Para qué creamos organismos internacionales como las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad, si a la hora de la verdad no sirven para evitar la guerra, ni para resolver pacíficamente los diferendos?
Esas son algunas de las preguntas que muchos ciudadanos se están haciendo en distintos foros, en muchos países, sin obtener respuestas.
Lo acontecido en Francia, que tantas y tan diversas reacciones ha ocasionado en todo el mundo, no es sino una de las muchas expresiones de la brutalidad que actualmente predomina en distintos lugares del planeta, y que hace irrealizable la convivencia pacífica.
Una brutalidad, que ha sido constante a lo largo de la Historia y en todas partes, pero que -si bien en nuestra época presumimos haber superado, gracias a la civilización, al respeto por la dignidad humana, a la libertad y a los derechos-, se ha exacerbado en los últimos tiempos, sin que hayamos logrado establecer las causas. Y en verdad es una paradoja que los peores casos de salvajismo, de violencia, de intolerancia, de fanatismo, de crimen, de sevicia y de odio se registren precisamente cuando se supone que la cultura jurídica y valores como la justicia, la igualdad, el pluralismo, la solidaridad y la responsabilidad social se consagran en constituciones y tratados.
Véase que, a pesar de la tarea adelantada durante siglos por filósofos, antropólogos, sociólogos, juristas y politólogos, con el objeto de señalar unas pautas esenciales, indispensables para la convivencia -que debería ser más fácil entre seres racionales que entre los animales salvajes-, hemos llegado a un estado de cosas en que, para vergüenza del género humano, es mucho más tranquila, pacífica y ordenada una manada compuesta por las más agresivas bestias que una sociedad integrada por individuos teóricamente organizados, bajo el imperio del Derecho y de la razón.
Quizá no estaba tan descaminado el inglés Thomas Hobbes cuando en su “Leviathán” exponía que, en el “estado de naturaleza” -que por cierto hemos debido superar hace tiempo- había una guerra de todos contra todos, provocada por el apetito de poder y por la ambición desmedida de ganancia. En la actualidad –añadimos-, por la agresividad -todos los días en aumento, inclusive en el interior de las familias-, la intolerancia y la pérdida o inversión de valores morales y jurídicos, entre otros factores, estimulados por elementos tan dañinos como el narcotráfico, el negocio de las armas y el uso inapropiado de las tecnologías y de los medios de comunicación.
Razonemos, y hagamos votos porque las religiones, que se crearon para estimular la paz, el amor y la vida, nos ayuden en nuestras meditaciones.
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