FAMILIA Ayudar a Crecer

Familia



Tomado del Boletín virtual de la arquidiocesis de Cali


Ayudar a crecer

Arquidiócesis de Bogotá

Ayudar a crecer
Las guías para padres proliferan pero no hay fórmulas mágicas para aprender a decir que no, cuando es necesario hacerlo. Educar es señalizar el camino que, como escribió Antonio Machado, se hace al andar.
Claves
  • Aprender a transmitir que existen límites ayuda a fortalecer la personalidad del niño.

  • El niño que aprende a sostener un “no” será un adulto capaz de enfrentar las dificultades de la vida.

  • Es el amor hacia el otro el que enseña a comprender cuándo es el momento de un “sí” y cuándo es necesario un “no”.


El papá de Gonzalo (3) corre por la casa detrás de su hijo “haciendo el avioncito” para que coma un bocado. En la puerta del kiosco, Juanjo (5) se tira al piso, ahogado en llanto, porque su mamá no le quiere comprar una golosina. Martina (6) se acuesta en la cama de sus padres y manifiesta que ese es “su” lugar. Andrea (17) sale durante la semana y muchas veces va sin dormir al colegio. Distintas situaciones, pero la misma conducta: niños y adolescentes que piden, a viva voz, límites.

Limitar es cuidar

El límite es sostén, tope, marco que dará a cada sujeto la posibilidad de moverse con red. “Hay quienes piensan que el límite es sinónimo de censura, de falta de libertad, pero nada más lejos. Los ‘no’ marcan las coordenadas de los valores, de las creencias, de los modales, de las reglas de la existencia y de la coexistencia. No son un fin en sí, sino instrumento para realizar fines. Cuando ellos están uno puede elegir, porque también para salirse del camino hay que conocer los límites”, escribió el pedagogo Jaime Barylko.
Muchos chicos que no cuentan con esa barrera de contención “inventan” sus propios límites porque el desborde les da miedo. La psicoanalista Silvia Tomás comenta: “Una de mis pacientes les dice a sus amigas que debe llegar a casa a determinada hora de la madrugada y no es verdad; se inventa un tope porque lo entiende como signo de cuidado. Desde luego que las prohibiciones exageradas son asfixiantes, pero habrá que ir ejercitando, conforme los hijos van creciendo, cómo protegerlos amorosamente limitando actividades riesgosas, sin cercenar su libertad”. Beatriz y Daniel Laurino, padres de una nena y tres varones, comentan la importancia de amar y respetar a cada uno como seres únicos e irrepetibles: “Con el tiempo, fuimos descubriendo, con aciertos y errores, que poner límites es una forma de amarlos, valorarlos y respetarlos. Tratando de darles la opción de elegir, en cada oportunidad, las distintas propuestas acordes a sus edades. Intentamos estar en esta disposición de ayudarlos a descubrir en ellos aquello esencial, que los hace ser plenamente personas y responde a lo más profundo de cada uno. En este respeto mutuo comprendemos que nuestros hijos no son una posesión y que la familia es su plataforma de despegue; aún optando por cosas distintas a nuestras ideas, siempre van a ser recibidos y respetados”.

Permisividad con consecuencias

Los especialistas dicen que el “sí” estimula a la acción, y el “no” al crecimiento. Gabriela y Mauricio Di Giuseppe son padres de Florencia (17), Marcos (13) y Agustín (10) y admiten haber dicho algún “sí” por cansancio: “A veces, es bastante agotador sostener la negativa, tiene un trasfondo que hay que fundamentar y ellos no se conforman fácilmente. Decir que sí es más fácil y evita el problema a corto plazo, pero con el tiempo los perjudica”.

La educación sin enfrentamientos impide el desarrollo de la capacidad de sufrir ausencias, de encarar las situaciones negativas como pasajeras y dignas de ser superadas luego. La psicóloga Gloria Mora describe: “Con el inicio de la edad escolar estos chicos se frustran, tienen crisis de angustia y llanto. Fracasan en la capacidad de espera, no pueden aplazar la demanda. que la vida les va a deparar. El niño que puede sostener un ‘no’ será el adulto que va a poder resistir un cuestionamiento del jefe, un rechazo de la novia, un bochazo en la facultad”.

Francisco y Carolina Nacinovich marcan pautas básicas que sus hijos respetan: “Con cinco hijos, de catorce a cuatro años, tenemos que organizarnos, hay límites que no son negociables, pero hay otros que se pueden charlar”. Para ellos, el límite es sólo una herramienta: “Tratamos de educarlos con un espíritu crítico que les permita cuestionarse cosas. Pero el límite es cotidiano y hay que repetirlo”. La psicóloga Raquel Montero afirma: “El conducir la educación de los hijos es un imperativo inalienable, si bien es difícil defender una posición más estricta en un medio impregnado de permisividad: el diálogo, la negociación, los fundamentos deben circular de manera cotidiana”.

Coincidencias

Otro punto clave, explica Mora, es que ambos padres estén de acuerdo: “La ambivalencia desencadena que el niño se convierta en un gran tirano y manipulador, porque lo que no obtiene del rol materno, lo obtiene del paterno. Tiene que haber un proyecto de familia que aúne los valores, porque tampoco es bueno que la autoridad recaiga sólo en uno de los padres”. Carolina y Francisco cuentan una experiencia. “Cuando los compañeros de Manuel cumplían diez años festejaban con bailes. Él nos contó que los animadores ‘nos hacían bailar y teníamos que agarrar a las chicas’. Esa expresión nos dio la pauta de que lo estaban presionando a hacer algo que a él todavía no le pasaba. Juntos tomamos la decisión de no permitirle ir a los cumpleaños con baile y le explicamos que no era malo bailar, al contrario, pero que no era para su edad. Sus amigos le sugerían que nos mintiera y hasta los padres nos engañaban para que Manu fuera. Fue muy difícil sostener ese ‘no’ en el tiempo, incluso hablamos con el gabinete de psicopedagogía del colegio, pero estábamos convencidos de que lo hacíamos para cuidarlo”. Francisco resalta una frase del libro Aprender a perdonar, de Nicola Danese: “La familia es una escuela cotidiana del perdón”. El miedo a equivocarse está, pero siempre puede entenderse como una oportunidad de no mostrarse perfectos.


Revista Ciudad Nueva, 30 de enero de 2009

Nora Quevedo Labrador.
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