EL MIEDO

La utilidad de un enemigo que se pueda designar con el nombre más genérico
y amenazante posible, es enorme: separa automáticamente a la sociedad entre buenos
y malos mediante una línea divisoria que no dejaría la menor duda: se está a un lado
o al otro, de manera íntegra, sin contemplaciones.

El miedo a un enemigo así diseñado obviamente funge como control, pero además
permite suplantar a todos los demás controles sociales: la lucha contra el enemigo
traduce una batalla entre el bien y el mal y, por lo tanto, tiende a reemplazar a la moral
y, aún, a la religión.

El ciudadano, en medio de una lucha como ésta, habrá de ser
reeducado en los nuevos valores, incluidos los familiares: será más importante entonces
vigilar, denunciar y delatar, que guardar cualquier fidelidad con los padres, los hijos,
los maestros, los amigos, los amantes o los compañeros.

Continuamente habrá que
aprender técnicas y actitudes para defenderse del monstruo. La batalla contra el
enemigo, contra el mal imprecisamente precisado, habrá de modificar las rutinas con
nuevos horarios, nuevas relaciones, nuevas lealtades. Y esto vale igual para la subversi
ón, el narcotráfico y el terrorismo, y para las correspondientes cruzadas que inspira

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